viernes, 7 de noviembre de 2014

NOVIEMBRE, MES DE LOS DIFUNTOS



Pasó el día de los difuntos, pero todo el mes está teñido de esa melancolía, cuando no de ese tremendo vacío que ha dejado la muerte de un hijo joven fallecido en accidente, de un esposo o esposa desaparecidos cuando creían gozar de buena salud, de una madre, de un padre, no pocas veces con hijos aun pequeños. Y siempre la misma pregunta: ¿Por qué, por qué? Todo parece que ha perdido sentido.
Bien lo expresó el poeta salmantino Gabriel y Galán en el poema titulado EL AMA. Inspirado por su madre. En la primera parte describe el ambiente feliz en una casa rural con la presencia del “ama, como esposa, madre amante y piadosa con los pobres”. En la segunda parte  del poema describe la desolación que lo invade todo, personas, trabajos, lugares: Bien se conoce que ya no vive ella…la vida en la alquería se tiñó para siempre de tristeza… ¡Qué importan los bienes – si he perdido mi dulce compañera! - Que está el aire de la casa – cargado de tristeza – con cuánta lentitud las horas ruedan…
Gabriel Marcel lo comprendió también perfectamente: “El verdadero problema no es mi muerte, sino la de los seres queridos”. Es cierto: morir es solo morirse; ver morir a los que amas es una mutilación para la que la naturaleza no parece preparada.
Decir palabras genéricamente consolatorias caen muchas veces en el vacío del que sufre. Sin embargo desde la fe y también desde el amor hay algunas ayudas, ya que no respuestas totales. La fe no cura todas las heridas, pero sí las mitiga cuando va unida a la esperanza. Esa esperanza que todos los hombres tenemos afortunadamente clavada en nuestro corazón y que nos certifica que los muertos no mueren del todo. El mismo Gabriel Marcel que sufrió tanto por la muerte de sus seres queridos, con el paso del tiempo fue descubriendo que esos muertos no se separaban del todo de nosotros, sino que, en realidad desde el otro lado “tiraban de nosotros”, hasta tal punto que nuestra esperanza es la respuesta a esa llamada, venida de otra parte ya que la certeza de que los muertos viven con nosotros es el pan cotidiano de millones de hijos, madres, esposas, maridos que han perdido al ser querido.
Pero ¿quién nos certifica que todo esto no son más que palabras hermosas? Lo certifica el amor que sabe que los muertos no se han muerto del todo. Lo certifica Jesús que sí estuvo al otro lado, que conoció las dos caras de la realidad y nos certificó que Él nos esperaría a la otra orilla. Quienes estamos aquí, estamos en realidad a medias aquí y a medias al otro lado. S. Juan de la Cruz dice que el alma que ama a Dios vive ya más en la otra vida que en esta y luego asegura que el alma viva más donde ama que donde habita. Y uno tiene ya tantas cosas y personas amadas al otro lado como en este! Y al otro lado nos esperan nuestros padres, amigos y tantos otros…!

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