Al llegar a mi pueblo de La Zarza, el visitante y penetrar en él por la
carretera se encuentra con una imagen inconfundible: El Pilar o la fuente
pública. Es una construcción que consta de dos elementos: Una columna cuadrada
de unos dos metros de piedra de granito rematada por una bola de la misma
piedra con dos tubos de bronce de los que fluyen continuamente dos chorros de
agua con desigual intensidad, según las estaciones. Con las primeras lluvias de
otoño se regulariza el fluir del pilar. La fuente que le provee el agua está en
la zona del Pozo del Moro. El otro elemento de nuestro pilar es un depósito
grande circular.
El agua de nuestra fuente ha servido y sigue sirviendo para
todos los habitantes del pueblo, pues es la mejor de los alrededores para
consumo humano. El agua del depósito ha sido el abrevadero de las vacas de un
modo similar al pozo de Jacob del que bebieron en Samaria, sus gentes y sus
ganados. Por buen sentido esta segunda función ha cesado lo que ha contribuido
a la limpieza del lugar, pues han desaparecido los excrementos de los animales
y sus desagradables olores. ¿Cómo se ha hecho esto? Mediante una barrera
metálica de barrotes, que con la piedra del depósito se ha formado un colorido
jardín y que destacan los rosales (la rosaleda del pueblo) y unas esplendidas
adelfas.
Qué agradable en los días calurosos de verano acercarse al Pilar para
saborear su limpio y fresco líquido. El agua que se extrae de los pozos del
pueblo resulta sosa, mientras que el agua del Pilar, nuestra fuente pública,
resulta insustituible para beber. En los días de estiaje las mujeres tenían que
hacer cola para llenar sus cántaros y botijos de barro. Ahora ya no se ven esas
colas porque el agua corriente en las viviendas provee para las demás necesidades
y este de nuestro pueblo ahora solo para beber y cocinar.
No puedo menos de evocar cómo en el lenguaje espiritual el agua, la
fuente y la sed han tenido gran cabida. Ya el Salmo 62 expresa: Oh Dios tu eres
mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de
ti, como tierra reseca agostada, sin agua.
Y para Santa Teresa (cuyo 5º centenario de su nacimiento celebramos
este año 2015) la imagen del agua y de la fuente es su imagen preferida.
Resultaría interesante una antología de textos de la santa en que se
vale de la imagen del agua para hablar de la oración.
Así en su libro “Camino de perfección”, en el último capítulo resumiendo
las cosas lindas que ha dicho del Padre Nuestro escribe: Pues el Señor os ha explicado el camino como
se ha de haber llegado a esta fuente (El Padre
Nuestro). A esta fuente de agua viva y qué siente el alma y cómo la harta Dios,
le quita la sed de las cosas de acá y la hace que crezca en las cosas al
servicio de Dios, para las que también ha llegado a ella y les dará más luz.
El Papa Juan Pablo II en la exhortación apostólica “Vocación y misión
de los laicos en la Iglesia y en el mundo”, al hablar de la parroquia la
compara con la fuente de la aldea donde podemos saciar nuestra sed, en torno a
la cual gira la vida del pueblo. La parroquia tan indispensable en la aldea
como en nuestro pueblo el pilar, inclusive para su belleza.